martes, 15 de abril de 2014

...Y PRESENCIÓ MIL SETECIENTOS FUSILAMIENTOS.


Miércoles 16 Abril 2014.

                                       ...Y PRESENCIO MIL SETECIENTOS FUSILAMIENTOS.

Cuando a consecuencia de mi enfermedad, tenía catorce años, tuve que abandonar el Instituto al que asistía, la verdad es que el estudiar, lo que se dice estudiar, nunca fue mi mejor prenda, mis padres me llevaron a una Academia, en Albacete. Su director era Don Camilo, que daba nombre al centro, al que acompañaban en su tarea su mujer y algún profesor para asignaturas determinadas; en sus aulas aprendí más que en cuatro años en el anterior centro docente...¡Era el "viejo" Don Camilo estilo Don Quijote, por lo enjuto de su osamenta, pero su sabiduría y el modo de inculcarla en los demás, sobresalía por encima de cualquier otra cosa. Conocí allí a un Cabo del Ejercito, que era Practicante de profesión, que al incorporarse al Servicio Militar lo anexionaron  al mismo como sanitario. Quería, en su momento, seguir estudiando Medicina y creyó que lo que aprendiera en aquella Academia le sería de utilidad. La diferencia de nuestra edades no fue obstáculo para que naciera entre nosotros una gran amistad y tengo de el un grato, grosísimo recuerdo. Por aquellas fechas hubo en Albacete una ejecución por garrote vil, y a mi amigo le ordenaron, ser el encargado de certificar el fallecimiento del reo...Estuvo un mes entero sin acudir por la Academia y cuando regresó parecían haber caído sobre el mas de diez años.
Gumersindo de Estella es el nombre religioso de Martín Zubeldía y fue capellán de la cárcel de Torrero, en Zaragoza y en su "oficio" acompañaba, sobre el mismo camión en que ellas o ellos iban hacía el lugar de su ejecución, las tapias del cementerio, del mismo lugar en el que estaba situada la prisión; mil setecientos fusilamientos se ejecutaron en su presencia y así, a bote pronto, y solamente en un acto de curiosidad comparativa, se me ocurre preguntarme, si a mi amigo por un solo caso, le costó más de un mes de enfermedad, ¿cuantos años debieran haberle costado a Gumersindo, más o menos, para recuperar su normalidad emocional?...Si, ya lo se, son casos distintos y el uno es un simple recluta, obligado por las circunstancias a estar donde no debiera, mientras que el otro, por su credo religioso, tiene una exigencia distinta.

Y una vez satisfecha mi curiosidad, sobre el el paralelismo de unos casos, aparente mete iguales y sin embargo tan distintos, hay algo en mí que me lleva a extenderme en el comentario. Sin duda alguna Martín, me cuadra más ese nombre que el de Gumersindo, fue un Santo, un Santo que merece no solo que se le dedique una plaza en Zaragoza, como parece que va a hacerse, si no que, en su credo, merece ser elevado a los altares porque supo acompañar e intentar confortar a quienes, no nos engañemos, iban a ser "asesinados". El mismo escribió: "Como sacerdote y cristiano sentía repugnancia ante tan numerosos asesinatos y no podía aprobarlos". ¡Faltaría más!...Otros de más alta jerarquía si lo hicieron y no sintieron "náusea" alguna de acompañar, bajo palio, a quien fuera el ejucutor moral, no solo de aquellos mil setecientos asesinatos, si no de unos cuantos, muchos, miles más.

De todas formas no puedo dejar de sorprenderme de como un hombre, sea sacerdote o no, pudo presenciar toda aquella sarta de barbaridades sin que algo más que su conciencia cristiana se sublevara ante ellas...no le pediría, en aquel caso, que arrebatara el fusil a uno de los ejecutores y disparara contra ellos, llevándose por delante a los que pudiera, aun sabiendo cual era su fin, pero si debía tener fuerza moral para, no solo recriminar, si no denunciar también el savaljismo de aquellas gentes...En fin, mi opinión no deja de ser una opinión de quien escribe sobre teorías, pero que quisiera acercarse a la verdad...al fin y al cabo, Martín-Gumersindo, tuvo la "honradez" de dejar testimonio escrito, no solo de lo visto, si no, así mismo, de sus sentimientos... muchos que vivieron su misma o igual circunstancia,  ni escribieron ni sintieron...

¡Ah! Y que conste que no pretendo, menos en este caso, criticar, digo nada más.

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